Codicia

Mejor vete,

que el albor de tu piel

enciende en el alma 

sentimentales crepitaciones,

perfumes y afrodisiacos

que no deben ser.

Como si andaras portando

esa gran cantidad 

que le hace falta al hambre

de tu ausencia.

Saber que tienes 

lo que necesita el hombre,

y que a la vez,

nunca jamás será.

Tú lo sabes,

y muerta de risa,

simulas huir;

pero yo sólo sé acercarme

y suplicarte ternura,

prometiendo serte,

siempre, fiel.

Embrujando mis manos

con tu carne,

descubro que esas, 

no eran las frases que tú esperas oír;

y que crecen, en los dos,

murallas;

almenas altísimas,

desde donde observo tristemente,

irse la promesa de tu edén.

Pasas con ello a cualquier hora.

Cuando en medio de garabatos

descienden las palomas,

a cortejarse y picotear

nerviosamente,

guijarros pequeños en el terral.

Veo que te alejas,

noto que no quieres hablar,

y algo mío te acompaña,

todo el camino,

por el celeste, por el terral;

algo que se ahoga en un azogue

de celaje y ansiedad.

Una pareja gualda de gorrioncillos

siempre bajan.

El estío es terrible.

Pero un tercero auriverde,

se acerca a uno de ellos

y le da, de pico a pico,

una piedra redonda,

mientras ambos aletean esforzadamente,

sin volar.

Se ha quedado en mi pecho

la imagen de tus caderas rotundas,

alejándose;

el temblor opíparo que mi boca

no cesa de codiciar;

se ha quedado 

en este tórrido lugar,

el que te ama,

sin poderte olvidar.