Desconectaste
el respirador artificial
que nos mantenía unidos.
Y volvimos a la oscuridad,
a esa no conciencia de los muertos
que pueden estar en cualquier lugar,
sin estar . . .!
Aves negras
volaron espantadas
después de dejar alrededor nuestro,
los aviesos mandatos del destino.
En un vértigo,
giró el mundo,
cancelando todas las posibilidades
en una sola.
La dulce ilusión ciega,
del "qué pasará mañana",
la abortó la baraja de naipes,
totalmente inocente y muerta.
Podría estarme aquí parado
contemplando mi cadáver
toda la eternidad;
más, irracional,
el pulsar del universo
me induce a dar vuelta
y alejarme de este momento
de ruptura,
para convertirme en infinita distancia,
en la angustia hambrienta
que hay
en el silencio de las lágrimas.
Debo tener cuidado
y no reír
desbordado y cándido de felicidad
al leer tus mensajes;
pues, puedo ser sindicado
como ominoso criminal
y ser sentenciado, sin dilación,
a no verte más.
Así que aquí estoy,
en medio de recuerdos difuntos,
rodeado de occisas ilusiones.
En un mundo cuya luz viva
se gangrenó conmigo dentro,
un mundo que se detuvo
para convertirse
en una galería de recuerdos
interfectos.
Mientras contemplo inmóvil
mi celular,
el alma corre desesperada
acariciando con las manos
cada uno de los rictus
de adorables momentos;
fotos tuyas,
fantasías rotas
de posibles encuentros.
Porque estar muerto,
es eso,
seguir con la conciencia viva
en un único instante.
Un instante detenido para siempre
que va deshaciéndose
con nosotros,
con el transcurrir del tiempo.
Un instante sin mañana,
es un segundo que perdió la facultad
de transformarse en otro,
son una retahíla de recuerdos
en mi pantalla,
que, la conciencia,
repite hasta la demencia,
bajo una lluvia densa,
sin posibilidad de escape.
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