Con toda la sinceridad
de que soy capaz,
hube de decirle que la amaba . . .
Se aceleraban los latidos del corazón
mientras las gentes con sus charlas,
ajenas a mi agonía intrépida,
seguían monótonas
en sus compras para la canasta.
En verdad no dije nada,
enmudecieron mis labios
con tan heroico recado.
Cual ola majestuosa
lanzada de alta mar
a besar las playas,
estrellé su campana de cristal
contra el acantilado;
y quedé en medio
de ese precioso festival de sol
y nívea espuma efervescente,
totalmente enamorado . . .!
Mi confesión,
no fue capaz de alcanzarla.
Afuera una romántica niebla azul
envolvía las calles de la ciudad.
Ráfagas de luces y sonoros claxons
atravesaban las calles,
en combate multicolor
de modernidad.
En mis pupilas,
el corazón,
no sé cansaba de retratarla.
Ella soltaba el mirlo
y, sabiéndose amada,
hacía mohines y gestos graciosos,
hacíendo que mi ser,
la adorase mucho más.
De pronto,
volteó a observar algo,
giró el grácil cuello
con una contorsión felina, coqueta;
cual minina que atiende algo
mientras se despereza . . .!
Con pausada agilidad,
subió a un banco,
hacia las alturas del estante;
y desde allí,
me empezó a hablar
¡oh, estaba atrapado!
parecía que, sobre mi,
iba a saltar,
¡Ay, correr y atraparla!,
y besarla,
hasta que el destino
me la obsequie
a perpetuidad . . .!
Más tarde dijo
que, como yo,
muchos le escribían;
y por eso,
no atendía los mensajes
y prefería, conmigo, esperar.
Hoy, en este ocaso,
se hunde un sol sangriento
en un balneario de Lima,
hacia el fondo del mar . . .!
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