Una lábil esperanza
prendida al pecho,
es mi única luz
en mi ciega oscuridad.
Con ella voy entre la bruma,
a la deriva,
por un mar de amor;
He orientado
el viejo mascarón de proa
rumbo al espejismo de tu amor
aquel, que la noche del destino avieso,
con desmán, ocultó.
Amanece todas las mañanas
en el mundo;
más,
yo continuo náufrago,
a la deriva,
sobre un océano
desértico y azul.
Tu mirar desde la reminiscencia,
me ilumina
como luz de sol,
y tiende hacia la playa
su camino de resol.
¿Quién teme a la muerte
en los avatares,
cuando los sinos
erraron sus designios
y nos lanzaron
a lo más difícil
de la vida,
que es vivir. . .?
Una parva de delfines
se eyectan del océano
hacia la atmósfera,
en medio de una fiesta de espumas
y cristales de agua;
¡bella caligrafía de la vida!
donde las olas lentas,
vánse en caravana,
una tras otra,
bajo el vuelo pausado
de elegantes gaviotas.
Más allá,
hacia el horizonte,
una ballena lanza
a los cielos su alegría de vivir,
en forma de níveo géiser.
Y, yo, sigo a la deriva,
remontando la incertidumbre aciaga
de no saber qué llegará
a rescatarme
de mi espera,
si la muerte querida
o tus manos de hada . . .
Cinderella, amada.
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