Siluetas
se entrecruzan
en la noche gélida.
Con alegres chispitas,
una llovizna,
cae insistente sobre Lima.
En mi universo de cosas
y tristezas,
reina la soledad indolora.
Fuertes destellos
de la ciudad
estrellan su algarabía
en mis retinas.
Débil llega su resplandor
a la conciencia oscura;
a esta pacífica adicción
de zurcir cada instante
con cada recuerdo que dejaste.
La noche esplende
su ola gigantesca,
tenebrosa y negra;
empero,
un hechizo de amor
repta la lobreguez temible
de las sombras.
Se marchan las siluetas
de las calles, a pie;
otras,
en enormes máquinas
Las avenidas acaban
en un puñado de vehículos,
pugnando por escabuirse.
Rubíes y esmeraldas,
se agolpan
bajo ictericios rosarios
de amatistas
¿ves
la oscura daga que trazan?
¿ves los credos y horizontes
que apuñala?
En los jardines y plazas,
furtivos enamorados
se adentran sin miedos
entre sombras y ramajes.
La vida se torna hermosa
recordando cuando volteaste,
y miraste,
y sonreíste.
Tus manos volaron hacia mí;
y en la despedida,
heriste de claveles mis blasones,
yéndote para siempre,
una noche.
Ahí se hicieron los abismos del alma,
ahí comenzamos a negarnos a vivir
y a sonreír, cada mañana;
porque hay un cielo esperando
que volvamos a caminar juntos;
y una tumba que nos espera,
seguramente,
mucho antes del amor
y antes de conocernos.
¡Pero, hay que ver
cómo llueve en Lima!
esta bella y triste,
noche gélida . . .
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