Es la posesión oscura
la que me lleva a mirar de lejos,
cómo desatas en soledad,
los nudos de tu sed,
los pliegues de tu amor.
Tus cabellos
se desbordan por tu tibia espalda,
como la arena
donde solía imaginar tendido al sol,
cuál serían tus besos,
delectando el capullo de mi amor.
Más, cuando quise descubrir en tu boca,
la dulce miel que prometió la vida,
me alojaste en ella,
saboreando mi desesperado intento
con lengua mórbida
y labios hambrientos.
¡Ay! tu húmeda respiración
llenado de pasión mis pulmones;
y las quejas en tu aliento,
embriagándome más de sed . . .!
Borrachas ya,
todas mis emociones,
dejé mis manos
aprehender la excitante
carne,
que contemplaba antes
desde mi celda,
a tu celda,
en silencio,
tu lascivia,
fruición núbil de mujer.
¡Ay! el perfume de tu piel
a canela y misterioso incienso;
y el follaje que crepitaba
suavemente,
a la caricia que dabas con tus manos,
y mis pupilas, también.
Intuitiva,
chafaste tus frutos
luminosos,
sorprendidos;
y enajenada,
tomaste por los bordes
tu bóveda celeste
cual un cántaro,
tornándolo indefenso,
vulnerable,
paraíso de manjar
ansioso de pecar.
¡Oh, Dulcinea!
derrama en mí
el néctar dulce de tus sufrimientos.
(Aquél sueño que dejaste
dormido,
esperando un mejor momento)
desata tus amaneceres
a un tiempo
y bendíceme con
tu mirada;
permíte que me acerque
hasta el fondo,
hasta tocar tu alma,
y acariciar hondamente
con mi timidez,
la soledad de tus entrañas;
amolda la sonrisa umbria de tu jardín
a mi tuero enardecido
por sembrar en ti, primaveras;
alójalo bajo tu vientre
hasta que estalle en magma ardiente
y bravía marejada de amor.
Habrá esencias de jazmines
cuando con frenesí
busque mi boca,
el mórbido y exquisito pez de tu boca;
el vapor anhelado de tu aliento,
oloroso de la esencia
de tus adentros,
saciando a grandes sorbos
mi sórdida pasión.
¡Ay! el forcejeo vital
en que la tierna presa en mis brazos,
se desespera;
porque la fiera que crece en mí,
abalanzada,
la muerda,
la hiera.
¡oh! dejarla devastada,
con sólo su respiración,
llenando de fresca libertad de vida
la oblonga rutina de sus pechos,
su delicado tórax,
el rosanieve de su piel
que tras las caricias de mis manos toscas,
se rubora y contorsiona
imprecisa.
Quiero dejar ardiendo
tu pequeña estrella,
encenderla de pasión con mi lengua,
colmarla de loca ternura
con mi ariete,
bajo tus colinas,
llenarla del icor intimo
de mis deseos.
Destruye tus libidinosas fantasías
contra el férreo tesón de mi madero,
quema de "te quieros"
lo imposible de mi amor,
quememos para siempre
nuestros pasados inconclusos,
con desvergonzada lujuria,
con el incienso perfumado
de nuestros sexos.
Ven, acomódate en mí
y destruye todo "no puede ser"
con tu blanda fragilidad de mujer;
yo te llenaré de mi carne,
golpe a golpe,
hasta que palpite dentro tuyo
la sensación de estar siempre en ti,
siempre;
como una flama
como una aureola
como la caricia que te recorre,
bajo la lluvia
mientras miccionas;
que no te deja en paz
¡ah, mujer!
ser la persecusión tenaz,
de tu sombra.
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