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lunes, 18 de enero de 2021

Feminicidio



El recuerdo brilla en su mental bruma,
cual tétrica noche de cuchillos,
sin luceros y sin luna.

Un dolor inmenso
lo atraviesa en medio pecho,
dolor que no sabe de compasión ninguna;
porque enseñaron desde pequeño
cuán sagrada es la madre
como la amada,
por su fidelidad y amor, que,
una vez prendado,
con nada trocan
ni se compara.

Atónito la escuchaba gemir,
con esforzados resuellos,
restregando con frenesí,
vellos contra ajenos vellos,
intimidad que día a día
llegáronse a prometer.

Corcoveaba a rienda suelta 
con gran concupiscencia,
ante soflamas ardientes 
de adúlteros amantes,
respondía halagüeña, guasa, anhelante;
horadaban la blanda hendidura de sus carnes 
hasta chafar su redondez de luna 
contra perchas cimarronas,
cimbreantes y babeantes.

De nada sirvieron esponsales,
ruegos,
ni reclamos airados.
Tampoco lágrimas
ante las mofas y risotadas
de sus fornicarios,
pues, ella,
furiosa le gritaba:
"¡que se largue!,
¡qué se vaya!.
¡que no lo amaba . . .!'

Inútil llamar a la cordura, 
pues no lo hacía por paga alguna;
sólo era el ánimo de probar 
que, si quería,
podía entrar a cualquier hogar
(madre, amiga, hermana)
y en medio de las sombras 
y las espaldas, 
comprobar que nadie es fiel,
cuando se le antoja ser 
la reina de las barraganas.

Y, a falta de leyes,
¿qué se puede hacer
ante tamaña bajeza?
¿Perdonar . . .?
¿Callar . . .?
¿Bajar la cabeza . . .?
O apretar su cuello,
hasta que todo signo de vida
desaparezca . . .


1 comentario:

Mª Carmen dijo...

Buen poema. Todo un drama y desengaño para quién toca vivirlo. Besitos.