El recuerdo fulge en su mental bruma,
como tétrica noche de cuchillos,
sin luceros y sin luna.
Un dolor inmenso
lo atraviesa en medio pecho,
dolor que no sabe de compasión ninguna;
porque enseñaron desde pequeño
cuán sagrada es la madre
como la amada,
por su fidelidad y amor que,
una vez prendado,
con nada trocan
ni se compara.
Atónito la escuchaba gemir,
con esforzados resuellos,
restregando con frenesí,
vellos contra ajenos vellos,
intimidad que día a día
llegáronse a prometer.
A rienda suelta,
corcoveaba con gran concupiscencia.
Ante soflamas ardientes de adúlteros amantes,
respondía halagüeña, guasa, anhelante;
horadaba la blanda hendidura de sus carnes hasta chafar su redondez de luna
contra cimbreantes y babeantes,
perchas cimarronas.
De nada sirvieron ruegos,
ni reclamos airados
de lágrimas llenos.
Ante las mofas y risotadas
de gañanes sorprendidos,
furiosa le gritaba:
"¡que se largue!,
¡qué se vaya!.
¡que no lo amaba . . .!'
Inútil llamar a la cordura,
pues no lo hacía por paga alguna;
sólo era el ánimo de probar
que, si quería,
podía entrar a cualquier hogar
(hermana, madre, amiga)
y en medio de las sombras
y las espaldas,
comprobar que nadie goza fidelidad
cuando se le antoja ser
la reina de las barraganas.
Y, a falta de leyes,
¿qué se puede hacer
ante tamaña bajeza?
¿Perdonar . . .?
¿Callar . . .?
¿Bajar la cabeza . . .?
O apretar su cuello,
hasta que todo signo de vida
desaparezca . . .
1 comentario:
Buen poema. Todo un drama y desengaño para quién toca vivirlo. Besitos.
Publicar un comentario