Estoy mirando
cómo brillan sus cuerpos,
charolados de sudor.
Luchan con denuedo
por alcanzar la gloria
cuerpo a cuerpo.
Alcanzar la dicha,
también cuesta esfuerzo,
pujante respiración;
y se necesita,
la ustible carne de mujer
sus ays inflamables y tersos.
Persecutorio
me aúno a su deleite ,
al infernal deleite
con que, ellos,
han decidido desvivirme.
Corro en la oscuridad
hacia un horizonte inalcanzable,
se incendia de ira el corazón
y caen todas las caretas
con las que, alguna vez,
se enmascaró el amor.
Lo que debiera ser
una escena execrable
y tal vez vomitiva,
deviene en liturgia
cada noche, cada día;
retazos de ilusión desteñida
son lo único que tengo
para remendar la vida.
Humano baladí,
asesino acobardado.
Los cuerpos siguen ondeando
estremeciendo sus carnes,
entrelazando suspiros, besos;
gemidos que fingiendo sufrir
antepone las manos
falsamente a su agresor,
para impedir e incitar,
deliciosamente,
al hondo ir y venir
mientras en mi ánima
se desata fuego dantesco y fiero.
Tautologia nefanda
que me apunta en la sien
sin gatillar.
Matarlos a ambos
y que el mundo se termine;
o matarme yo,
para que disfruten
chapoteando sobre mi sangre.
Desaparecer del mundo
o que el mundo desaparezca
es demasiado poco para la conciencia,
¿cómo el hombre ha llegado
a idolatrar tanto una tripa peluda y moquienta?
¿desde cuándo
estamos tan faltos de amor
que, si no es esa mata de pelo
bajo su sonrisa,
la eutanasia
será la otra, única respuesta,
para dejar de sufrir.
Ah, el delicioso veneno
con que alimento diariamente,
mi alma enferma.
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