Otra vez estoy solo.
Se apagó el lindo lucero
que encandilaba de ilusión
la oscuridad.
Es un mundo
que conozco bastante bien;
aunque,
nunca me acostumbraré a él.
He llegado a casa
con la noche reinando
en el alma;
aún tengo la posibilidad
de hacer una llamada;
pero no sé cómo decirle
mi agonía diaria;
ahora que sé,
que nunca más la veré.
Son los últimos vestigios
de vida
los recuerdos que me dejó
para que prosiguiera mi camino,
solo,
sin su querer.
Mi pecho,
en llaga viva,
replica como un heliograma,
un mundo vacío y distante,
en el cual,
ya no quiero seguir.
Yo sólo, me he puesto
el arma en la sien;
el único consuelo
en el instante postrer,
es su vivo recuerdo
sonriendo en mis pupilas
y la seguridad,
de que sabrá caminar sin mí;
la amo, con toda el alma,
pero aquí, me detengo,
ya no he de seguir.
Me da risa
todo el dolor que me causa
su ausencia,
el no saber cuándo
la volveré a ver;
es como si la llevara
tatuada en el alma
con un hierro candente,
que no termina nunca de arder.
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