Un día descubrirás
la oscuridad que hay
tras la luz solar
que ríe enredada en tus pestañas;
los motivos de la cadencia del fuego,
cuando en medio de la primavera,
danza al eco lejano
de alaridos del infierno.
Un día descubrirás,
perplejo,
lo que siempre sucedió
tras tus párpados ciegos,
por qué el dolor nace
como un filo cortante
que te abre de muerte el pecho.
En la decepción descubres
que nada es cierto, salvo
que estás solo
y que debes seguir andando.
Que son sólo fantasías
las palabras que tiendes
hacia otros, como tú,
que aparecieron unos instantes
para transformarse también
en recuerdos.
Una anciana ríe contenta,
dicharachera.
Relata sus romances
ufanando cada victoria
hasta ocultar, tras brillo triunfal,
su lascivia enferma
de mil insinuaciones gratuitas,
hasta podrir de tristeza y lodo
lo que creímos era en ella,
reserva moral.
Brillan sus ojos
cuando narra con deleite
cada traición a quienes le
abrieron su hogar.
Para sus gozadores incondicionales,
es el justo premio al ego,
la degeneración que los hice modernos,
la bacinica que,
a cualquier hora
recibe sus miserias
sin recibir prebenda,
en sigilosa y cómplice morbosidad.
Un día descubres
que todos saben
lo que tú ignorabas todo el tiempo.
Disimuladamente
y a espaldas de los demás,
la cortesana urde su dicha
de lágrimas y mentiras,
le siguen todos en coro,
cuando exige se le llame "santa";
cuando su afición es
pervertir sibilinamente,
corromper debilidades,
como lo hace Satanás.
El tiempo,
encargado de poner
cada cosa en su lugar
marca el fin de todo lo actuado.
Ya no hay fornicarios,
y los halagos se han marchado
dejando en el espejo,
la hórrida imagen
de un mundo devastado
por otros de mayor malignidad.
Otros pocos, que rocían o inyectan
sus abyecciones letales;
otros, a quienes siempre obedecímos
y empoderamos
sin llamarlos nunca
apóstoles de Satán.
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