El adiós no termina
cuando el amor
ha durado toda la vida.
Esplenden los días
radiantes de sol y cielo azul;
más, aquí, en mi alma,
una lluvia insistente
no me deja en paz.
Mientras podíamos reír
o enfadar,
la vida era urdida
mirándonos uno al otro,
sin abandonarnos jamás.
Pero hay que ser sinceros,
más allá de tus rosarios y catecismos,
están ésos,
los matarifes de nuestro tiempo,
que teniéndolo todo,
no dejan de sembrar la muerte
para toda la humanidad.
Cuánto lloraste,
madrecita buena,
la prohibición de no ver a nadie
venir a acompañarte a cumplir
tu hórrida sentencia;
cuánto dolor quebró mi alma
al ver tu carita resignada y con pena,
tras el cristal sin caricias
de indiferente féretro.
Al alba de un lunes ebrio de sol,
tu almita atormentada
no soportó más dolor
y huyó de su cruel martirio
a buscar la misericordia de Dios.
¡Qué dolor! tu imagen de niña inocente
que se quedó dormida llorando . . .!
Te dormiste madrecita
sin poder soportar más tormento
de tus asesinos,
sin poder esperar
el último beso de tu hijo. . .!
Coincidiremos aquí
que Satanás estará de fiesta,
transfigurándose
en los desalmados que,
desquitando su pago,
simulan hacer un bien
cuando sólo nos quieren desaparecer.
Pero, heroína de mis días,
tu sombra es tan grande,
que hasta lo nocivo
te sirve a ti para triunfar.
Así, muerta inmortal,
te habrás ido
olvidando y perdonando.
Por las aceras solariegas de las iglesias,
andarás ahora, jubilosa;
a pasos lentos y contentos,
haciendo una venia sonriente
y llena de gracia
a cuanta persona te llegues a encontrar.
Porque, cuando le tuerces la mano al destino
y le ganas en todo,
vas con tu última llama de vida
a enfrentarte con la muerte
¡¡y la vences!!
sin triunfalismos,
para llenarla de perdón y de vida.
Así, reina entre las reinas,
nos reuniremos todos
una mañana pálida,
al borde de aquella mesa interminable
que heredaras de otra mujer
que llamabas también mamá;
y ya no estarás cansada,
y al eco estentóreo de tu voz
me levantaré como un rayo
para preguntar al infinito
en qué puedo servirte.
Tal como quisiste,
un lunes temprano
el sol pasó por un tamiz
su polvo de oro
y vistió de apacible solaz la ciudad;
sin llantos ni tristezas,
porque así enseñabas
madrecita buena:
"que todos estamos de paso
y que la muerte,
es mejor que sea de sorpresa"
- ¿No es cierto mamá . . .?
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