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sábado, 29 de febrero de 2020

Liturgia


La adicción de tus efluvios y esencias,
huelgan hoy, sobre mi sed.
A latigazos traen,
la suave sensación
de tus vísceras amadas;
contenidas tan sólo,
por un cálido conducto; donde,
inexplicablemente,
se enfrentan en lucha ciega y salvaje,
tu cántaro y amasijo,
tu ser y mi ser.


Las formas mullidas que te abarrotan,
dibujan a contraluz,
la mujer totalitaria y procaz,
cuando reinas con majestad
sobre la fruición;
forzando con tu naturaleza redonda y blanda,
abnegada y materna,
extraer a viva fuerza,
(¡a borbotones!)
la savia enraizada de mi circunstancia;
aquella, que cuando te miro, irte,
te atenaza con ansia.


Háblame con tu boca, roja;
sucia de dulces conjuros;
muérdeme la piel,
que la vida, aquí mismo,
te la quiero verter
a cambio de hender tu carne;
a cambio de desatar
ese deseo
perturbador y orante,
que de tanto esperar bajo la luna,
creció como yerba en el yermo acariciable;
silvestre y perfumada,
donde afirman páginas sagradas,
fluye perennemente, de una hendidura,
rica leche y miel.


¡Oh, devela
el mundo incognoscible
de tus caderas!
y toma asiento en mí;
llena mi boca y mi aliento
de tus fluidos y aromas,
que condenaron a querubines,
a fornicar con locura;
por ganar para sí,
el blando pan de tu sonrisa.


Convídame de tu fruta,
inocente y pervertida;
aquella que escondes pudorosa
tras tu cándida mirada;
a sabiendas que tu cuerpo
dibuja holguras de placeres,
que los hados no llegan ni a imaginar.


Cobija mi ser malvado
entre tus senos;
y cuando esté allí,
lujuriosa sacerdotisa de la carne,
enséñame tu liturgia;
muéstrame tus pozos y senderos,
desde donde
bebes y compartes el universo;
porque eres el tesoro
que se reditúa
de la sed del mundo;
sin fidelidades absurdas
cuando se trata de sentir,
sobre tu grupa, 
la fuerza de la animalidad,
abriendo tus entrañas,
sin humanos conceptos
de ética o moral.


Húndeme en tu erótica demencia,
hasta comprender uno a uno,
los mágicos estertores
de tu orgasmo;
tu lluvia de primavera,
tu aliento de verano;
el titilar lujurioso de tu estrella
cuando traspasas sin dudar y frenética,
con mi único capullo,
los límites del bien y del mal.


Fecunda con mi alarde y finitud,
la nova hacedora de tu ser;
para que yo, nunca más vuelva en mí;
para que la vida,
¡sea, como fuera!,
valga la pena vivir!


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