De rato en rato
volteo a ver en la pantalla del
celular,
tu retrato.
En medio del laberinto asaz de
la ciudad
alguien ofrece mandarinas por
altavoz.
A gritos, caóticamente.
Se disparan los silbatos de los
policías
como flechas,
tratando de dirigir (hiriendo)
el enrevesado tránsito.
A golpe de cinco de la tarde,
estridentes bocinazos
tratan de desaparecer a alguien
. . .
quizá ése alguien, sea yo.
La gente, corre en los
semáforos,
por ir o venir;
otros, disimulan la miseria de
sus vidas
acabando demacrados la jornada;
vendiendo entre los autos
accesorios, frutas, caramelos.
. . !
sonriendo a cualquier cosa que
les dé monedas
con qué vivir, junto a los
suyos, un día más.
Estoy cansado,
empieza a anochecer . . .
Y en medio del laberinto,
cual si tomara sorbos de calma,
volteo;
y miro tu retrato.
Giro el volante violentamente
para un lado,
freno. (¡Quiero irme!)
Intuyo al transeúnte desavisado
que cruza;
adivino alguna maniobra yendo a
velocidad.
Y, de vez en cuando;
cuando el tráfico se detiene
y no me deja acelerar más,
miro, en tu retrato, tu dulce
mirar
y me da esa fuerza que mi
sangre
ya no tiene más. . .!
Tu sonrisa me hace omitir
apaciblemente bienhechora,
que en casa todo está oscuro
y que, ya nadie, me esperará jamás.
Un lucífugo topacio ámbar
se enciende en lo alto del
semáforo . . .
¡Es la señal...!
Los rubíes posteriores de los
autos
bajan su intensidad
y desatan el torvo rugir
mecánico de sus fieras.
En medio del frío azur,
una hilera de esmeraldas puras
autorizan la estampida asesina.
Cientos de vehículos
automotores
se lanzan con deslumbrantes
faros
a descubrir ríos secos de obsidiana,
desesperados por llegar a su
hogar. . . !
¡Es tan hermoso el tisú de la
noche…!
¡Pero estoy tan cansado...!
Que sólo puedo admirar su
pedrería lujosa
después de ver tu retrato.
Después, de ver tu mirar
llenándome el alma
de ilusión;
después de ver tu sonrisa
y constatar que hay otra luz
con qué llenar el ánima;
otro horizonte donde la espera
siempre tiene una sonrisa de
llegada. . .!
Que no hace falta tenerte
junto;
sino,
(para mí,
un ser indigno de ti)
basta con mirar tu retrato
y fantasear que, esa ternura de
sonrisa,
esa mirada adorable de ilusión,
es justo el mudo “te quiero”
que necesita, en este momento,
el corazón.
¡Oh, terrible sino,
en que las palabras nunca son
suficientes!
y que entre los dos,
así haya miles de besos y
promesas
habrá siempre un vacío
inexpugnable de muerte,
de tristísimo adiós,
que ni el amor más grande podrá
llenar . . . !
Porque cuando el tiempo
marque su doloroso final
se acabarán las vísperas,
las más caras ilusiones;
se extinguirán las penas, las
promesas,
los malvados y los buenos;
y hasta éste momento,
en que saboreo la dulce y sana
alegría
de ver, enloquecido de
cansancio,
la incontrastable belleza
silenciosa
de tu retrato;
cuando ya, en esta parte del
mundo,
3 comentarios:
Que bonito y que triste... leerte siempre es un placer. saludos
Bello retrato del atardecer, con sus infinitas luces y vidas, hay espacios con rostros que tienen su propia luz, cómo el que ilumina la escritura.
Un abrazo
Bello y triste poema. Saludos
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