Al final,
el único tesoro
que nos queda
son ráfagas de felicidad
que algún día
luminaron nuestras sonrisas,
hasta tocar el alma,
y destellar ilusión en las pupilas.
Al final,
lo único que tenemos
es esa gran expectativa azul
de noche buena,
cuando a hurtadillas
vimos envolver
en preciosos papeles
de regalo,
juguetes, cajas, pelotas . . .!
Con ojos ávidos
y entre susurros,
echábamos charadas
tratando de adivinar
para quién sería cada cual.
Ese instante mágico
cuando la Natividad
aún no ha llegado
y nuestras ansias
eran más grandes
que las constelaciones,
es el único recuerdo que tenemos;
no la Navidad,
sino, el sueño inmenso
de la dicha por llegar.
Así,
cada día aguardo
ilusionado
¡que suceda!
lo que he pasado
la vida esperando;
mi boleto de la suerte
ya tiene muchos años;
pero, cada día el corazón
entusiasmado presiente
que, hoy, sí se acercarán
los horizontes,
y la vida nos dará
lo que prometió tanto.
Bajo el cielo,
en un mundo de rutina
y monotonía,
existe el sueño de amar
prendido en los corazones,
impulsando cada uno
de nuestros actos;
en medio del caos
y las disputas,
habemos quienes
no somos fugaces,
sino, que,
ardemos de amor para siempre . . .!