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jueves, 1 de octubre de 2009

Fósforo

Estamos mal.
Aquella pequeña explosión
seguida de bengala grácil multicolor
era realmente bella...
simulaba ser una estrella
de vívido color.

Inofensiva brillaba en su mano
iluminando pobrezas:
una taza de plástico,
las camas destendidas
y aquel cajón famoso
donde comíamos de rodillas...

A la amplitud
del pequeño cuarto,
donde solíamos corretear,
se aunaba este lucero mágico
traído por mamá.

Sigilo.

En un momento
la cajita estaba en mis manos,
- ¡habían muchos soldaditos! -
con cascos negros y rosados,
yo quise encender uno;
y ardió,
justo en la yema de mi dedo,
se quedó pegado...

papá de un manotón
lo sacó del dedito lacerado;
dedito que parecía estallar
de dolor nunca imaginado...

¿Grité?
Mamá en la altura del mundo
reprendía hoscamente
al niño todo bañado en llanto;
al niño que sólo tenía para decir
preguntas
y sueños mal logrados.

Contemplando el dedo sanguinolento
fieramente...punzar
lloraba largamente,
amargamente,
ante los gritos de - ¡silencio! - de mamá;

por una hilera de gemidos largos
lloré,lloraba
por un tiempo excesivo y largo;
hasta que,
me habré quedado dormido,
no lo sé;
llorando, llorando,
hasta hoy...

¡¿Quién ha crucificado a la pared
mi alma sin nombre?!
¡De quién son estos gigantescos clavos!
¡Decidme por Dios!
¿Quién ha encendido
este fósforo enorme
en el inflamable corazón?
¡dentro del peligro inminente de mi alma!

Ah como antes,
otra vez,
no tengo salida...
¿Qué he de hacer?
(¡¡ Dios mío !!)
Llorar
hasta que venga el sueño profundo;
y todo al fin...

desaparezca.

1 comentario:

Narci M. Ventanas dijo...

Los dolores del alma duelen tanto o más que los del cuerpo, eso es indiscutible.